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Desde hace meses, no pocos politólogos (de alguna manera habrá que llamarnos) venimos insistiendo en que las próximas elecciones europeas no van a decidir quién es capaz de gobernar mejor Europa, sino quién podría hacerlo de una manera que fuera menos mala para cada votante que la de sus adversarios.
Es como si cada cual sólo pensara en el modo en el que las cosas vayan a ir de la forma menos desastrosa posible: no de ninguna que pudiera ser calificada de aceptablemente buena. Son los dos tercios que piensan: “Cualquier cosa menos el PP”, o bien: “Cualquier cosa menos el PSOE”. El último tercio lo forman quienes no se dan por concernidos. Dentro de estos, unos se sienten superiores, otros inferiores y otros indiferentes.
En realidad van a ser las elecciones europeas más pueblerinas. No hay una verdadera visión continental de lo que las elecciones teóricamente pretenden. Hay, como puede verse, tres tercios, pero ninguno está a la altura de las circunstancias.
Oigo y leo a Mariano Rajoy, Cristóbal Montoro y demás aspirantes a regresar a la Moncloa que, si los socialistas siguen decidiendo sobre la política económica europea, España se va a morir de inanición. Los de enfrente responden tres cuartos de lo mismo aportando la misma cantidad y el mismo peso en argumentación a la hora de apoyar sus palabras: ninguno.
Apuesto triple contra sencillo a que Mayor Oreja seguirá con sus monografías sobre ETA, a que Jáuregui entrará al trapo y a que a los demás no nos quedará sino aguantarlos a todos. A todos, salvo a nosotros mismos que, por supuesto, seguiremos teniendo razón.
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