Cruce de caminos

[La derrota del chavismo en las elecciones de este domingo 6 de diciembre abre una situación política nueva que tendremos que seguir con atención, no solo en relación a la evolución la situación interna en Venezuela, sino por sus repercusiones más amplias en la región y más allá. Este artículo de Raúl Zibechi, aunque escrito en vísperas de las elecciones, permite comprender su contexto]

Raúl Zibechi,

En los últimos diez años las reservas probadas de petróleo de Venezuela crecieron 274 por ciento, pasando de 80 000 millones de barriles en 2004 a 298 000 millones en 2014. Se multiplicaron casi por cuatro, convirtiendo al país en la primera reserva mundial de crudo del mundo, con casi el 20 por ciento del total planetario. En el mismo período, las reservas de Arabia Saudita crecieron apenas 1 por ciento, a 267 000 millones de barriles. O sea, se quedaron estancadas. El país árabe pasó de ser la primera reserva del mundo, título que ostentaba desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, a colocarse en un segundo puesto. Sus reservas representan ahora apenas el 15 por ciento del total global.

Pero todo indica que la diferencia entre los dos primeros del ranking puede estirarse aún más, porque mientras los descubrimientos sauditas parecen haber llegado a un techo, no es el caso caribeño.

Dos medidas

Los datos anteriores avalan el hecho de que Venezuela se ha convertido en la nueva Arabia Saudita en la geopolítica del petróleo que, como se sabe, es uno de los nudos mayores de cualquier geopolítica. En suma, un país clave en la distribución del poder mundial presente y futuro. Algo con lo que no se juega. Estados Unidos estableció relaciones privilegiadas con la monarquía saudí. El 14 de febrero de 1945 el presidente Franklin Roosevelt pasó varios días reunido con el rey Abdelaziz ibn Saud, a bordo del crucero Uss Quincy, a su regreso de la Conferencia de Yalta. El petróleo fue la clave de esa reunión. Durante siete décadas Riad suministró petróleo a Washington a precios inferiores a los del mercado, asegurando así la supremacía económica y política de la primera potencia mundial. A cambio, Estados Unidos nunca reclamó a la petromonarquía lo que suele reclamar de otros países, y no se inmiscuyó en su política interna. Hasta el día de hoy no reclamó elecciones democráticas, ni libertad de expresión ni de reunión, ni el respeto de los derechos humanos. Al punto de que Arabia Saudita es hoy, al decir de un investigador francés, una suerte de “Estado Islámico tolerado”. Washington hizo y hace la vista gorda a las restricciones respecto de las mujeres (que no pueden conducir coches, por ejemplo), a los más de mil latigazos a los que fue condenado un bloguero, y a las decapitaciones que practica como ningún otro país (véase la contratapa del número pasado de Brecha). Tampoco se cuestiona en Washington la guerra que lleva Arabia Saudita en Yemen, de la cual los medios occidentales casi no hablan. Por el contrario, la misma geopolítica del petróleo es la que llevó a la Casa Blanca a no abrir la boca cuando en febrero de 1989 el presidente Carlos Andrés Pérez, amigo personal del ex presidente del gobierno español Felipe González, hoy defensor de opositores en Venezuela, ahogó en sangre en Caracas un levantamiento popular contra un fuerte ajuste económico, con un saldo de 300 muertos y 2 mil desparecidos.

Compárese la exposición mediática de las manifestaciones contra al gobierno de Nicolás Maduro, al que el dirigente del PSOE califica de “tiranía”, con la actitud de los medios ante regímenes como el saudí. La geopolítica del petróleo es una de las claves para comprender la existencia de dos pesos y dos medidas en cada rincón del mundo.

A la deriva

El historiador y ensayista venezolano Luis Britto García, alineado con el chavismo, destaca que “el propio presidente Maduro afirma que entre empresas de maletín e importaciones fantasma desaparecieron unos 250 000 millones de dólares” de las arcas estatales. Y se pregunta cómo pudo esfumarse tal cantidad de dinero sin colaboración de importantes gerentes del otorgamiento de divisas. “¿Sabemos los nombres de los responsables verdaderos, y no de algún infeliz empleado de menor rango? ¿Se los está enjuiciando?” (Correo del Orinoco, 23-XI-15). Ese tipo de hechos, piensa, serían representativos del estado actual de cosas en la república bolivariana.

Britto García sostiene que muchos gestores estatales venezolanos “se han hecho ricos o disfrutan de espléndidos ingresos usando un maquillaje bolivariano o revolucionario que nunca se les vio emplear en los tiempos duros, antes de que Hugo Chávez llegara al poder”, en 1999. Compara también las riquezas acumuladas por una minoría con “la escasez, las colas, y los engorrosos trámites imposibles de cumplir que inventa la burocracia para crear siembras de gestores y cosechas de corrupción”. La corrupción y la burocracia han sido, precisamente, algunas de las causas que han echado por tierra un proceso que sin dudas ha tenido mucho de positivo para las clases populares venezolanas en acceso a la educación, vivienda, salud, “empoderamiento”.

Si la oposición llegara a ganar el domingo, como muchos sondeos lo pronostican, es probable que vuelva a ganar las calles con acciones violentas y que nuevamente aparezca el reclamo de la renuncia de Maduro, como fue el caso de las jornadas de comienzos del año pasado, que derivaron en 43 muertos. No habría que descartar en ese escenario, señaló, un “intento de un golpe a la paraguaya”, recurriendo a la mayoría parlamentaria con que contaría la oposición para desplazar al presidente, cuyo mandato concluye recién en 2018.

El filósofo Roland Denis, ministro de Planificación de Chávez entre 2002 y 2003, rompió con el actual oficialismo poco tiempo atrás/1, pero sigue teniendo confianza en las organizaciones populares, a las que apuesta como alternativa de futuro. Cree que un triunfo de la oposición es posible por el voto castigo al que parte de la población recurrirá, cansada por la ineficiencia del régimen. Así y todo, Denis estima que la oposición padece del mismo mal que el gobierno, ya que sus dirigentes “viven parasitando y aprovechando la renta petrolera nacional”. “El ‘socialismo’ de los privilegiados del dólar barato ha hecho mucho más ricos a los que ya son riquísimos, sin necesidad de presionar ni una sola neurona productiva”, sostiene (Aporrea, 26-11-2015). Si el chavismo fuera derrotado el domingo, es posible que “comiencen las privatizaciones a diestra y siniestra” o que haya que lamentar la instalación de un gobierno “que aplauda los genocidios en Gaza”, pero de manera general “cambiará sólo la correlación de fuerzas entre elites de dominio, sin que esto signifique mayor cosa desde el punto de vista de los horizontes concretos de país que hoy tenemos”. De todas formas, no será fácil que el chavismo desaparezca de escena. Es una fuerza poderosa, organizada y decidida a defenderse. Tiene núcleos territoriales suficientemente potentes como para resistir y reinventarse. Cuenta, además, con el apoyo de una parte de las fuerzas armadas y de sectores nada despreciables del aparato estatal, y sobre todo sigue teniendo la simpatía de un sector importante de la sociedad.

Impacto regional

Donde no cabe dudas de que sí se harán sentir las consecuencias de una derrota del chavismo es a nivel de una región que ya viene tocada en el ala por la parálisis de sus principales proyectos de integración. Con el triunfo de Mauricio Macri en Buenos Aires, la alianza Argentina-Brasil –la única capaz de empujar la integración regional– ha quedado de hecho desarticulada. El gobierno de Dilma Rousseff se encuentra paralizado y si además triunfa la oposición en Venezuela el progresismo habrá perdido completamente la iniciativa que tuvo en el área desde que en 2003 Néstor Kirchner y Luiz Inácio Lula da Silva firmaron el Consenso de Buenos Aires con el objetivo expreso de “intensificar la cooperación bilateral y regional”, buscando convertir a la región en un polo de poder no tutelado por Estados Unidos.

Ahora que el péndulo de la historia oscila hacia la derecha, puede ser un buen momento para reflexionar sobre lo que se hizo mal, o no se hizo, cuando la relación de fuerzas era favorable. La integración no avanzó porque ninguno de los países implicados hizo lo necesario para buscar la complementariedad productiva, lo que sólo podía hacerse saliendo –aunque sea de modo paulatino– del modelo extractivo que convierte a las economías regionales en exportadoras de los mismos productos a los mismos países. Las declaraciones, por más bien intencionadas que sean, no transforman realidades. Futuro. Para salir del chavismo se ofrecen dos caminos. El primero, como apunta Denis, sería un pacto por arriba, entre elites, quizá un nuevo “Punto Fijo” similar al que pactaran en 1958 los grandes partidos venezolanos tras la caída de la dictadura de Pérez Jiménez, que asegure parcelas de poder a unos y otros.

Sería la salida menos dolorosa, y arraigada en la historia del país. Pero hay quienes apuestan a un escenario de violencia y confusión, algo que podría situar a Venezuela en el camino de México o de algunos países de Oriente Medio. ¿Exagerado? Tal vez no, teniendo en cuenta que lo que está en juego es la primera reserva mundial de petróleo, una mercancía por la que se han sacrificado millones de vidas en el último medio siglo.

4/12/2015

Distribuido por Correspondencia de Prensa german5@chasque.net

Notas

1/ En su nota “Adiós al chavismo” del pasado setiembre, escribió: “El adiós al chavismo es el adiós a un extraordinario sueño que frente a nuestras caras se nos convirtió en una pesadilla, en una especie de maldición a la cual todas las tendencias que se dicen revolucionarias día a día le proponen una salida; unas más principistas, otras más pragmáticas, otras valientemente se despegan del comando político oficial. Pero asimismo, todos los días esto va perdiendo más y más sentido, ya que el chavismo dejó de tenerlo”.

Fuente: -viento sur

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